G-SJ5PK9E2MZ ENSAYOS: ORDEN CAPRICHOSO Y DESORDEN CREATIVO (en la sociedad)

domingo, 6 de febrero de 2022

ORDEN CAPRICHOSO Y DESORDEN CREATIVO (en la sociedad)

La civilización brinda un orden de convivencia ya constituido a todo aquel que participa de ella. Se nace en un lugar determinado, descampado, pueblo, ciudad, en el seno familiar o en una clínica, con un nombre y un apellido. 



Poco o mucho, se recibe alimento adecuado, abrigo, protección, educación, y luego se ofrece la posibilidad del trabajo y resultan las vinculaciones, el amor, el placer, los hijos. Por lo común se nace en medio de un orden establecido por los humanos, el cual, sea como fuere, responde a un orden de convivencia dado y necesario para la supervivencia. Sin duda, ese orden es el producto de un desorden inicial que se procuró neutralizar desde siempre: azar, desamparo, adversidad, peligro, miedo, desnutrición, ignorancia, superstición.

Ese orden establecido por los humanos no fue el producto de un plan premeditado sino el producto de un trabajo hecho sobre la marcha. Al menos, no fue planificado por ellos y quizá el plan fue de la autoría de una voluntad superior a la humana. Lo cierto es que lo que conocemos de la historia de la civilización no fue la obra de un arquitecto ni de un ingeniero. Nadie se sentó a la mesa de dibujo a proyectar la civilización, los artefactos para la supervivencia, las ciudades, los caminos, los puertos, las naves y vehículos, las casas, herramientas y utensilios, las granjas, las fábricas, las haciendas. Todo nació de a poco y según se presentaron las necesidades y se tuvieron las respuestas para satisfacerlas.

Ahora bien, los científicos de la termodinámica afirman que la actividad física nace con el desorden, no con el orden. En un estado en perfecto orden no ocurre nada importante, más allá de existir; pero en un estado en desorden las fuerzas que lo componen buscan ciertos equilibrios, es decir, tienden a neutralizarse hasta volver al orden, a los equilibrios o estados haraganes e infértiles. De lo que se deduce que el secreto de la vida y del universo radica en el desorden y no en el orden. Sin que se tengan que aplicar los principios de la termodinámica a la realidad social, a la cultura de los humanos y a la civilización, es posible encontrar semejanzas. A partir de cierto desorden inicial, la humanidad busca activamente equilibrar sus afanes con sus posibilidades de cumplirlos, y edifica la civilización.

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Lo que querría decir que la civilización es o quiere ser un estado en equilibrio, es decir, un orden haragán e infértil, algo que solo existe, pero sin fuerzas que la pongan en funcionamiento y tiendan hacia algo nuevo. Por otra clase de razonamiento y por la observación directa sabemos que no es así, que la civilización, el estado de cosas humano que ofrece un orden determinado a todo aquel que participa en él no es un sistema paralizado e inactivo, haragán o infértil. Que consista en un sistema dado de antemano no quiere decir que sea un sistema marchito o acabado. Justamente, lo que caracteriza a una civilización es su dinamismo, su desarrollo incesante, su permanente resolución de contrariedades, obstáculos, adversidad, su inacabable serie de perfeccionamientos, como quiera que se llame a esta caracterización: orden o desorden.

De cualquier modo, parece que ese dinamismo interno de la civilización, en grandes períodos de tiempo, muestra una clase especial de orden, de energía en contra de toda actividad y pujanza, una fuerza inexplicable que la lentamente va a terminar paralizándola y al final destruyéndola y haciéndola desaparecer. A grandes rasgos, esto ha servido de base para la emisión de una importante hipótesis de filosofía de la historia. De acuerdo a esta teoría, las civilizaciones nacen, se desarrollan y mueren, como los individuos humanos. Por lo que serían estados en pleno desorden permanente, y alcanzarían cierto orden solo al morir, siempre que el estado de muerte no consista, también, en un estado de desorden.

¿Hay algunas pistas que delaten la semejanza de la civilización con los fenómenos de la termodinámica? ¿ Y las hay, igualmente, para la hipótesis según la cual las civilizaciones se comportan como se comporta la vida de un sujeto humano? Hay pistas que afirman y desmienten el estado de desorden como estado civilizado y, de la misma manera, pistas que afirman y desmienten el esquema de nacimiento y muerte de las civilizaciones, incluida la nuestra. Aquí no nos ocuparemos de este capítulo de la filosofía de la historia, pues el cometido se reduce a solo verificar un fenómeno que se comprueba en la convivencia, especialmente desde el punto de vista geográfico, urbanístico y social.

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Observemos el mapa de cualquier país. Notaremos cómo las ciudades y poblados se distancian entre sí de manera más o menos homogénea, se distribuyen en el territorio de manera más o menos ordenada y de acuerdo a las características orográficas e hidrográficas, marítimas y comunicacionales históricas. Verificaremos cierto orden, aunque muy laxo y hasta caprichoso, pero orden al fin. Si ampliamos el detalle del mapa y nos detenemos en una ciudad o en un poblado distinguiremos, antes que otra cosa, la trama o tablero de calles y manzanas, avenidas, plazas, parques, puertos si los hay, rutas de entrada y salida. Distinguiremos un orden dado por la cultura humana.

Hay ciudades muy antiguas que conservan una disposición poco regular que parece producto del azar, del tiempo y de los innumerables cambios y transformaciones que se corresponden con la evolución histórica y el desarrollo social. Otras parecen planificadas con cuidado a partir poco menos que de un tablero de ajedrez que fue poblándose de casas y monumentos, de arterias, puentes, grandes edificios, aeropuertos, rascacielos. En la mayoría se observa una parte antigua y otra más moderna, un centro con sus barrios y suburbios. Ahora bien, tenemos que abandonar el mapa, bajar a tierra y observar esta ciudad como si fuera una película que empieza y termina, es decir, que tiene un comienzo y presenta hoy un estado determinado. Esa película nos sorprenderá, porque nos muestra un estado inicial de desorden más o menos dinámico y, progresivamente, un aumento cada vez mayor del desorden.

Aun en los poblados con plantas diseñadas y mensuradas de antemano, las casas se distribuyen en los predios de manera azarosa y heterogénea. Unas son pequeñas, otras grandes, de una sola planta o de varias, lindas o feas, de diferentes colores y materiales, separadas unas de otras o pegadas entre sí, precarias o sólidas, humildes, decorosas o soberbias, enjardinadas o no. Aparecen edificios de varios pisos y construcciones completamente diferentes a las casas, comercios, supermercados, fábricas, depósitos. Y en los suburbios, casuchas, calles de balasto o tierra, desaguaderos a la vista, basureros, como si se tratara de un retrato del desorden. Un todo que parece querer arrimarse a un centro, pudiéndolo o no.

No cabe duda de que lo que contemplamos en el mapa y en la película es el resultado del más grande desarreglo, aunque hubiese un trazado de agrimensura inicial, antiguo o moderno, y aunque el municipio haya estipulado normas de construcción, locomoción, vecindad, salubridad. Nada de lo fundamental en la ciudad ha sido el producto de un ordenamiento planificado, posteriormente realizado de acuerdo al respectivo plan. Solo algunas ciudades modernas, como Brasilia, han resultado de algo parecido.

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Detengámonos ahora en el mapa político y social, dejando atrás el urbano. Observaremos cómo las personas se han acomodado en la ciudad de una manera que, aun ateniéndose a ciertas posibilidades de vida (vivienda, trabajo, provisión de alimentos y medicamentos, locomoción, etcétera), lo han hecho de manera diversa, aunque no infinita. Se diría, como dice el refrán, que “andando el carro se acomodan los zapallos”. Así se han acomodado las personas, porque nadie ha venido a determinar dónde vivir, en dónde trabajar, cómo moverse, desplazarse, alimentarse, curarse de una enfermedad, educarse, gobernar una familia. Por cierto, la ciudad dispone de formas determinadas para todo y en general, pero no para fijar los domicilios ni para inducir las formas de vida ni los destinos. No interviene en lo exclusivamente particular e íntimo.

Observaremos cómo se ha desarrollado la planta urbana en función de iniciativas de todas las clases y colores, particulares, individuales, perentorias y multifacéticas, y hasta emocionales y caóticas. Y las formas de vida predominantes han sido elegidas por personas, no por ninguna ciencia urbanística ni por ninguna institución de ingeniera ciudadana. A lo sumo, hay un municipio, una intendencia, una alcaldía que, si bien gobiernan, no influyen sino lateralmente en la voluntad de las personas Si bien ellas tienen que atenerse a determinadas normas y reglamentos, por ejemplo, no pueden apropiarse de los espacios públicos o no deben dormir en la calle o higienizarse en los parques ni en las plazas, de todos modos, ellas son las que imprimen el perfil de su ciudad, material, definitivo y notorio y, por supuesto, espiritual.

En consecuencia, aquello que el individuo humano encuentra ya estatuido y en marcha es, en puridad, una organización en parte debida al orden y en parte debida al desorden. Y es el desorden el que, a semejanza de lo que determina la termodinámica, produce el ordenamiento de la civilización. De lo contrario no habría variedad y solo habría geometría humana; no humanidad en el sentido pleno sino solo urbanidad y topografía, derechos de propiedad y anarquía, geografía física y trigonometría, ingeniería y geología. Lo que encuentra el humano al nacer es, en lo hondo del concepto de civilización, lo que se le parece menos, entendiendo por este concepto lo opuesto a la desolación, el desamparo, la obra de la sola naturaleza sin participación de la cultura.

Febrero de 2022.

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