G-SJ5PK9E2MZ ENSAYOS: DIALÉCTICA DE LOS HECHOS (en Uruguay)

domingo, 6 de febrero de 2022

DIALÉCTICA DE LOS HECHOS (en Uruguay)

Es difícil explicar el porqué de la histórica división política del Uruguay en blancos y colorados, y también explicar la actual entre izquierda política y derecha política. Los detalles son para los historiadores, pero la dificultad para comprenderlas en sus grandes rasgos está en que no existen diferencias de fondo y prevalecen las diferencias nacidas en la superficie de los acontecimientos. La principal característica de la historia de los partidos políticos uruguayos, desde sus orígenes cronológicamente inmediatos a las guerras de independencia, es curiosa y a la vez asombrosa. No surge de las ideas de fondo, de ideales políticos capaces de crear diferencias radicales y enfrentamientos ideológicos o religiosos, ni de circunstancias socioeconómicas dramáticas que hubiesen podido separar a los orientales.



INICIOS


El Uruguay se consolida como nación en el siglo XIX después de lograr la emancipación y en medio de grandes conmociones políticas y sociales. Surgen las divisas en un panorama que se caracteriza más por los acontecimientos que por el trasfondo ideológico, o de ideas políticas que siempre están tras los hechos, los inducen, los dirigen y controlan. Siempre hay un telón de ideas, conceptos e intenciones políticas que definen la clase de gobierno que se elige. Aquí se eligió, desde el arranque, el sistema democrático, bien o mal dibujado, bien o mal encarado. El proceso de la independencia comenzó con la dualidad entre monarquía y república, y era lo que estaba en juego a fines del siglo XVIII con la Revolución Francesa. En este lugar del mundo el proceso se jugó a favor de la república y se asentó el principio de la libertad desde los inicios. Era natural que, si se trataba de la libertad, el sistema preferido fuese el democrático y no el monárquico.


Había que tomar por la senda que convenía a los intereses locales de hacendados y comerciantes, y no era la que transitaba el Virreinato del Rio de la Plata, monárquico y realista. Se eligió el sistema democrático y republicano, y ninguno de los bandos políticos que nacen enseguida se proclamó monárquico una vez que se establecieron como instituciones políticas en pugna. ¿Pero cómo, siendo partidarios de la democracia, se encaminaron hacia una rivalidad que condujo a los desenlaces más trágicos y a la guerra civil en varias oportunidades? Había, sin duda, diferencias en ciertos ideales, en varios aspectos doctrinarios, en estrategias, prioridades y en diversas formas de conducir la res publica dentro de una estructura democrática. Pero ninguna de estas diferencias revestía la importancia suficiente como para terminar en la lucha fratricida.


Las diferencias nacieron en actos, en hechos, en pujas se diría musculares, en discrepancias personales entre caudillos, doctores, militares, intelectuales, jefes locales. Dentro de cada uno de ambos partidos, incluso, era habitual, y hoy lo sigue siendo, que se produjeran diferencias que terminaban en separaciones y proclamas de nuevos grupos. Especialmente en el orden de las causas que solo se definen en lo que se hace o no se hace, en mandatos que se cumplen o no se cumplen, en lo que es debido hacer según manda la Constitución y las leyes y los hechos no reflejan. Es verdad que en el siglo XIX las ideas, políticas, filosóficas, económicas y sociales, gravitaban mucho y definían bandos, generaban polémicas, creaban rivalidades intelectuales que se cursaban a través del periodismo, de la escritura y los debates en la academia y cenáculos. Famosa fue la que, luego de debilitarse el tour de force entre la Iglesia y el racionalismo laico, originó la introducción del positivismo y la reacción de los espiritualistas. Pero esta realidad, fundamentalmente filosófica, no se trasladó a las cuchillas ni desencadenó ninguna lucha armada.


HECHOS HISTÓRICOS


La lucha armada se originó en hechos concretos, y Carpintería fue otro hecho, histórico, sin duda, pero apenas determinado por doctrinas, concepciones filosóficas, ideologías históricas (lo religioso era solo un trasfondo y pudo influir, pero levemente). La afiliación a federales o a unitarios respondió a la compleja serie de sucesos en la evolución de un conflicto lateralmente asociado al que mantenían blancos y colorados. Este último no era ni es del tipo que provoca revoluciones y guerras, como el hambre, la marginación social (aunque existían como existen siempre), las creencias religiosas, los prejuicios étnicos, la opulencia de unos pocos y la miseria de los más, la lucha despiada de intereses entre países o regiones. No hubo levantamiento del pueblo contra ningún gobierno sino levantamiento de caudillos. No intervino el pueblo con sus caudillos sino los caudillos con su pueblo.


No había una diferencia radical en el orden ideológico ni en lo que tiene que ver con lo social. Que Montevideo quisiera extender e imponer sus preferencias estratégicas al resto del país, el cual las resistía (aun hoy) por el influjo de una mentalidad marcada con mayor vehemencia por la tradición, era también una realidad en los hechos, desatendida por el oficialismo radicado en el puerto y deslumbrado (incluso embobado) por su contacto inmediato con el mundo exterior. Este hecho imperecedero está en la base de una virtual coexistencia de dos países fantasma que parecen cada vez que se dice “vivo en el interior” o “viajo al interior”, en lugar de “vivo en Tupambaé" o “viajo al Litoral”. Aquellas diferencias nacidas en discrepancias fácticas van a enfrentar diferencias nacidas en discrepancias ideológicas.


LA NOVEDAD DEL MARXISMO


El marxismo arraiga en Uruguay tardíamente en una fecha en la que, por primera vez en la historia los partidos políticos uruguayos enfrentan una nueva concepción que no se aviene con el estado de cosas que los regía (en términos consolidados a partir de mediados del siglo XX). Los viejos demócratas se ven mezclados entre socialistas y comunistas, y estos se constituyen como partidos muy activos en las bases sindicales e intelectuales, aunque con poca envergadura electoral. Aparece una nueva ideología que arraiga especialmente en la esfera intelectual, entre quienes tienen acceso a las fuentes de la teoría marxista. Se refuerza fuera de esa esfera con la milicia que integró la inmigración europea, y se producen huelgas y protestas de modos anteriormente desconocidos, ganándose a muchos personajes relevantes de la cultura. Muchos encuentran en el marxismo la herramienta adecuada para enfrentar los problemas del momento. Pero, ¿cuáles eran estos problemas en una fecha alejada cuatro décadas de la guerra civil?


Era aquello que para los marxistas habría podido justificar una nueva alternativa, por los caminos del leninismo o por alguna modalidad que los comunistas buscaban en toda América Latina y que nunca encontraron. El país se había beneficiado con las grandes políticas de José Batlle y Ordóñez a principios de siglo, en un cuadro de guerras mundiales, relaciones económicas con Inglaterra, reconocido como un aliado estratégico. Batlle tuvo impulsos filosóficos espiritualistas en un marco en que todavía esa tendencia se debatía con el positivismo. Su gestión política fue la de un estadista que sabía distinguir entre lo que conviene y no conviene, la de un práctico iluminado más que la de un pragmático, un ingeniero de la política. Recurrió a tres algoritmos de la economía de aquellos tiempos: nacionalización de las empresas inglesas, nuevos servicios primarios de gran porte y la aplicación de la renta agraria en forma social. El Uruguay de entonces se regía por el fenómeno del latifundio, las grandes extensiones de campo que, aunque no fueren explotadas en el sentido actual, ofrecían al Estado un plus que podía manejar a su manera. Batlle distribuyó la renta agraria y favoreció a la clase media. Fue una especie de socialismo vernáculo.


EL ESTADO DE BIENESTAR


Ahora bien, la renta agraria era el producto de un fenómeno circunstancial, relacionado con la situación del mundo en el momento. No era un recurso genuino pues no incentivaba ningún ingenio en el sector primario de la economía. No alentaba nada que pudiera erigirse en fuente de riqueza permanente. Al cabo de unas décadas esa fuente se agotó, la misma que facilitó el “estado de bienestar” por el cual Uruguay fue reconocido como la Suiza de América. Lo que se desenvuelve en torno a este fenómeno decisivo para el país podría esquematizarse en dos grandes procesos o fenómenos.


Por un lado, produjo el descontento, generalizado en la clase media por la pérdida de poder de compra de los salarios, el incremento exorbitado de la inflación, el endeudamiento externo desproporcionado, la competencia de las importaciones para la magra industrias nacional, etcétera. Y produjo también un fenómeno del cual hoy se habla poco: una clase de corruptela, especialmente política, pero ampliada en el plano del comercio ilegal, del nepotismo en las altas esferas de gobierno, en el crecimiento de la burocracia estatal. Cuando escasea el agua todos corren en tropelía y se zambullen ciegamente en el último charco. Este asunto desencadenó una serie de perjuicios especialmente a la clase media, aumentó la pobreza y la protesta estuvo en el parlamento, en los sindicatos, entre los estudiantes y aun en la calle con sus correspondientes actos públicos y su culminación se produjo entre las décadas del 60 y el 70.


Por otro lado, produjo el encausamiento del descontento a través de las nuevas ideas políticas, pues el mal se remitía a las debilidades no solo de la economía y la administración sino de su sistema político de sustentación, la democracia. El marxismo fue la doctrina en la que se creyó encontrar la inspiración para resolver los problemas del momento. Por lo que creció la cantidad de adherentes a las nuevas ideas y los grupos que nacieron llegaron a constituirse en partido político con anterioridad al golpe de Estado del 73. Ahora viene lo más interesante, lo curioso y a la vez asombroso que vuelve a recrear la particularidad política uruguaya en la segunda mitad del siglo XX, y que dura hasta ahora.


TEORÍAS INALCANZABLES


Para los marxistas, socialistas y comunistas, no fue posible suscribir cada uno de los puntos de su teoría original, pues la realidad no se correspondía con la que vivió Europa un siglo antes y que la inspiró en sus grandes lineamientos. Y porque, fuera como fuese, había democracia, libertad de pensamiento, elecciones libres, educación laica y servicios de salud gratuitos, y muchas otras dádivas sociales, descaecidas por la falta de recursos del Estado y por la degradación moral, pero existentes y en funcionamiento. Y había algo excepcional, el desarrollo del arte, la literatura, el pensamiento, hasta la ciencia en un grado que hoy es difícil imaginar en su debido calibre, universidad gratuita para todas las profesiones liberales en un país perteneciente a una región del mundo ajena al enorme desarrollo de las grandes naciones del norte. Por lo que aquí se reestructura el dibujo de la política cotidiana, ya no entre divisas colorada y blanca, sino entre izquierda y derecha, fundamentalmente entre una izquierda consolidada como partido político, y el resto, es decir, el centro, la derecha moderada y la derecha radical.


Una vez logrado el gobierno, en el año 2005, la izquierda (muy diferente a la europea y aún más a la norteamericana, y con fuertes matices diferentes de la latinoamericana) enfrentó el estado de cosas, los problemas a que nos hemos referido, no con la teoría marxista sino, claramente, con las mismas herramientas ideológicas tradicionales del Uruguay ganadero y agrícola. No hubo revolución armada, dictadura del proletariado ni nada prescripto por ningún manifiesto de la teoría inspiradora. Si bien quiso sustituir la vieja estructura socioeconómica con una nueva, dejó todo como estaba, no modificó nada estructural. Lo que atribuyó como deuda a Batlle y Ordoñez, a saber, el reformismo, el mismo que, se decía, había dejado intacta la infraestructura, el latifundio, el liberalismo económico, la actividad financiera, los negocios con el exterior en manos de particulares, quedó como propia deuda.


¿Cómo se explica que la izquierda se valiera del instrumental de gobierno propio de su oponente, derrotado en las urnas? En primer lugar, en función de las mismas bases programáticas electorales que se atuvieron a los requerimientos del sistema democrático. Y, en segundo lugar, a que no existía otra alternativa, la más mínima, de cambiar de régimen, y solamente había cierto margen para intensificar la descentralización administrativa y el cuidado por mantenerse alerta ante los reclamos que había prometido atender y que la habían llevado al poder. Hubo un tercer factor no menos influyente: las mayorías de tendencia democrática dentro de la misma izquierda, en aquel momento con abrumador peso electoral.


LAS DIFERENCIAS HOY


¿Cuáles fueron, pues, las diferencias que marcaron la nueva rivalidad entre los partidos políticos en el Uruguay? ¿Y, cuáles las que caracterizan la rivalidad entre la izquierda y la derecha actuales? Es difícil explicarlas también hoy, las que dividen a la izquierda y a la derecha. Porque, como acabamos de comprobar, las diferencias entre los grandes bandos políticos en Uruguay no registran diferencias ideológicas de fondo.


La izquierda no es marxista, estrictamente hablando, y la que pueda fraternizar con la teoría política respectiva no tiene nada con qué compatibilizar, frenada por los hechos, muy diferentes a los que la inspiraron. De la misma manera, los grandes postulados de la democracia, soberanía del pueblo, sistema de representación, voto popular, libertad, igualdad, laicismo, división de poderes, civilismo, etcétera, quedan restringidos por la praxis política. Esta responde a la representación en manos de los partidos políticos, la legislación que los rige, la voluntad de las convenciones partidarias autoelegidas y ciertos componentes que, como no hay otros que puedan superar en pureza a los vigentes, delinean una estructura política y administrativa nunca a la altura de los hechos.


No se puede afirmar que la izquierda sea del todo marxista, la ideología que cambió el panorama político nacional, por primera vez en forma teórica y doctrinaria. Tampoco se puede afirmar que la derecha, esa otra mitad del país que la izquierda llama derecha, sea del todo liberal, en los términos del liberalismo clásico (en oposición a democracia). Hasta se podría decir, aunque queda aquí sin figurar la respectiva demostración, que la izquierda no es completamente socialista en el Uruguay ni la derecha completamente democrática. Ambas son mixtura de ideas y prácticas determinadas por los acontecimientos históricos y cuyo análisis no corresponde aquí.


Los acontecimientos marcan las diferencias, y esos acontecimientos, en función de los cuales hoy una vez más las diferencias se establecen solas, giran principalmente en torno a los hechos relativos a la dictadura cívico militar del 73. La actitud frente al golpe, la adhesión o el rechazo al gobierno de facto, los sentimientos respecto a la actividad de militares y policías, los exiliados, desaparecidos, la amnistía para presos políticos, el castigo a los represores y torturadores, la forma en que se salió del régimen de facto, los derechos humanos y un número incontable de cuestiones personales y de sectores de la sociedad, interpretaciones, posiciones sobre hechos, añoranzas, presencias y ausencias, adhesión o rechazo a la lucha armada previa a la dictadura, las luchas sindicales y estudiantiles con sus partidarios y adversarios, la cultura alineada de un lado o de otro. Es decir: hechos.

Febrero de 2022

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